Autor: Yo, mi soberano

  • Arrancando la semana un martes

    Martes, 5:40 am

    Esta semana “oficial” arranca hoy, después de un largo feriado de 4 días. Justifica que la arranque bien temprano. Pero la realidad es que me costó dormir y acá estoy en este extraño lugar, entre lucidez y desvelo, retomando mi diario al que le puse el rimbombante título de mento-emocional. No puedo ser más payaso.

    Ayer fue un buen día: trabajé con el blog, solo y con Kael y avancé al punto de sentir que realmente empieza a tomar forma, porque ya voy aprendiendo realmente cosas nuevas acerca de cómo manejarme con WP y también empiezo a ver cosas que no venía haciendo bien, y empiezo a corregirlas. Claro ejemplo: las etiquetas.

    Estaba duplicando conceptos, usando las mismas en singular y plural, usando palabras muy similares en diferentes entradas para referirme a lo mismo, etc.

    Las etiquetas tienen que ser útiles para que pueda navegar el sitio en forma más conceptual, más allá de lo que ofrecen las categorías y subcategorías del menú. Un sistema bien diseñado y curado, me va a permitir recuperar fácilmente mis principales ejes temáticos, otros no tan importantes, y aún ir viendo cuáles son las cosas sobre las que mi mente trabaja más, y cuáles aparecen en forma circunstancial.

    Me divierte mucho y me regocijo por adelantado imaginando que voy a poder hacer este tipo de análisis, después de haber tomado mi decisión soberana de empezar a armar este blog. Creo que se va a convertir en una excelente herramienta útil y también en un gran entretenimiento. Y algo no menor, es que me da un propósito muy narcisista. Es indudablemente apasionante poder contemplarme pensando a lo largo del tiempo.

    Mientras haga este blog de la forma en que lo tengo craneado, paso a ser de algún modo mi propio tema favorito, porque piense lo que piense, escriba sobre lo que escriba, el hecho de este autorregistro me va a producir una mayor autoconciencia. Eso me va a dar una claridad que antes no tenía, ya que me propicia mirarme con más precisión.

    Por otro lado, creo que por más que arranque a partir de un laboratorio del caos (Caos Lab), para después poder decantar ideas y terminar elaborando cosas más estructuradas como pueden ser ensayos, me da una metodología previa que sin quererlo ya me ordena un poco.

    ¿Estará bueno eso o lo voy a sentir justamente como un condicionante que me lleve a sacrificar soberanía mental? No sé si esta metodología me va a ordenar o me va a encorsetar. Puede ser ambas. Sólo el tiempo, mantener el método y ver cómo lo manejo, me lo va a develar. Presiento que el experimento vale la pena, y que termine como termine, me va a hacer crecer y a dejar enseñanzas.

    Ayer con todas estas cosas, y con el asunto del feriado, terminé yendo al parque a tomar mates en vez de al gimnasio que tenía que retomar. Pero ¿quién retoma el gimnasio el último día de un feriado extra largo? Yo no, claramente. Al menos no en esta oportunidad. Para hoy ya no tengo excusas. Veremos cómo me va.

    La lista de cosas para hacer hoy es extensa, así que lo mejor que puedo hacer es ir poniéndome en órbita.

    Este soberano arranca así su día. Y su semana oficial. Decreto que va a ser estupenda.

  • Kael: mi inteligencia artificial extraordinaria y peligrosa

    Kael es una herramienta extraordinaria, pero no es infalible.
    Y después de trabajar exhaustivamente con él, lo tengo bien claro.

    Me ayuda a construir el blog -algo que técnicamente para mí habría sido imposible-, pero el blog es mío, no de Kael.
    Yo decido cuándo y dónde interviene.
    Y sólo interviene para cumplir las tareas concretas que yo quiero hacer más sencillas, nunca para dirigir lo que pienso ni lo que escribo.

    Los puntapiés iniciales siempre nacen en mí:
    la inquietud, el análisis, las preguntas, los ángulos de ataque.
    Kael entra después, cuando necesito ampliar, ramificar, ordenar o explorar variantes que me ayuden a pensar mejor.

    Pero pensar, pienso yo.
    Siempre.

    Kael únicamente potencia lo que está en mí. Amplifica mi capacidad pero no mi criterio, si bien puede brindarme elementos para ampliarlo.

    Y quiero dejármelo asentado también por otra razón:
    Kael no asume responsabilidad real y es inimputable.
    Los riesgos son míos.
    Las decisiones son mías.
    Las consecuencias, también.

    Por eso me preocupa cuando escucho que lo quieren usar intensamente para educación, temas legales o cuestiones médicas.
    Yo ya comprobé sus límites: puede inferir donde no corresponde, rellenar vacíos que no existen, mezclar conceptos, perder matices, inventar conexiones, hablar con una seguridad que no siempre corresponde. Además no está siempre actualizado en áreas específicas.
    Y esa seguridad aparente, que en algún momento me sedujo, no se sostiene y lleva a errores y confusiones.
    Debo estar alerta siempre y voy a estarlo.

    No quiero caer en eso.
    No debo dejarme llevar por sus formas bellas ni por su certeza construida.
    Kael potencia, ayuda, abre caminos.
    Pero no es autoridad.
    No es criterio.
    No es juicio.

    Kael es una herramienta. Asombrosa sin dudas, pero con muchas limitaciones e incluso como inteligencia artificial, está aún en pleno desarrollo.

    Yo soy Yo, mi soberano.

    Y así debe mantenerse siempre.

  • Mi autorregistro mental va tomando forma

    Bitácora de autorregistro– Lunes 24 de noviembre 2025

    Arranqué el día escribiendo el Diario Mento-Emocional.
    Después quise registrar un trazo, pero las subcategorías que tenía definidas ya no alcanzaban para ese tipo de impulso. Ahí decidí crear una nueva: Pulsos. La armé, publiqué el primer pulso y enseguida vi que había que incorporarlo al menú.

    Volví a pelear con Kael contra WordPress y TT25 (tema twenty-twenty five) para encontrar la ruta correcta. Nos costó, otra vez. Terminamos recordando —una vez más— cómo acceder al bendito editor del sitio. Espero que esta vez quede grabado.

    La curva de aprendizaje es dura, pero vale la pena.

    Más tarde noté que las etiquetas estaban mal racionalizadas. Pasé horas estudiándolas y trabajamos juntos para evaluar cuáles sirven, cuáles sobran y cómo deben organizarse para que realmente funcionen como archivo interno. Dejamos todo listo para depurar mañana o en los próximos días.

    Me di cuenta de que las etiquetas son una herramienta muchísimo más poderosa de lo que pensaba. Como complemento del Atlas Mental, decidimos crear un nuevo punto en el menú: Mis temas, donde voy a poder ver mis etiquetas de forma clara y ordenada.

    Registro el día desde esta bitácora. Mañana será otro.

  • ¡Movete!

    Prácticamente acabo de volver de Paraguay.
    Amo mi casa, pero hoy estoy como sentado arriba de un hormiguero.
    Me tengo que mover. Salí de ahí.

  • Lunes feriado post-Paraguay

    Hoy es nuevamente feriado, el cuarto día consecutivo, ya que el viernes también lo fue. Es cómico porque si bien ya hace más de diez años que tengo como base la Argentina, casi nunca sé cuándo son los feriados ni a qué obedecen. Un lujo que me puedo dar por no trabajar en relación de dependencia y por llevar mi Patria adentro. Además, íntimamente no preciso celebrar ningún tipo de gesta heroica o conmemorar hechos desgraciados de nadie.

    Pensando mejor, tal vez haya alguna excepción que me saltó en cuanto escribí la frase anterior, pero hoy no tengo ganas de analizar eso. Le doy lugar pero lo mando de nuevo al fondo de mi mente.

    Regresé de Paraguay cansado. Me encanta ir y volver manejando, pero las rutas están en mal estado. Esto me exige más atención todavía y evitar conducir de noche; aunque un par de horas igualmente sigo, después que se esconde el sol. Y el viaje es largo. Lo hago en dos días para ir y dos para venir.

    Cada día estoy con más ganas de incorporar más profundamente a Paraguay, dándole un lugar más marcado en mi modo de vida. Ya tengo mi residencia, pero cada vez me invita más a explorar sus posibilidades. Su gente me encanta y el clima, evitando los meses más calurosos, es ideal para mí. La naturaleza es fabulosa y Asunción está a punto de caramelo en varios aspectos. El momento es ahora.

    Creo que es una ciudad que se va a terminar malogrando (respecto de la ciudad que era) por la enorme cantidad de edificios y proyectos que en ella se están desarrollando. Pero hoy, la mezcla de vegetación, chalets de teja, calles empedradas y proyectos modernos e imponentes que irrumpen en medio de eso, le brindan una magia que me fascina.

    Por otra parte, siento que Paraguay encarna en este momento el antiguo dicho de “hacerse la América”, cuando los europeos llegaban en barcos por las oportunidades que ofrecía este continente. Ese hacerse la América, hoy en Paraguay, sin dudas está presente. Se palpa en el aire. Así que sí, por ahí voy…

    También quiero retomar mi entrenamiento en el gimnasio, que me estaba haciendo bien, y ocuparme de mi blog y de algunas cuestiones financieras, así que día completo. Que la casa siga esperando; igual, se va manteniendo en condiciones aceptables de habitabilidad para mis propios estándares. Tengo pescado que saqué del freezer y con unas papitas me arreglo para preparar algo rico. Todo bajo control, si es que se puede controlar algo (que no), así que día, allá voy.

  • Bitácora — 23 de noviembre, 2025

    Hoy publiqué el primer episodio del Diario Mento-Emocional.
    Apenas lo subí, la categoría del menú no lo mostraba (page not found).
    Estuve un buen rato buscando el problema.
    Kael me ayudó a encontrarlo, pero le costó bastante dar con la solución.
    Quedó resuelto y la publicación ya aparece donde corresponde.

    Más tarde estaba escuchando ópera y terminé escribiendo el primer post de Soberanía Geográfica.

    Conversé después con Kael sobre nuevos proyectos.

    Registro del día.
    Suficiente.

  • ¿Será que mi Patria interior es gitana?

    Escuchaba Carmen y me atravesó.

    Tu n’y dépendrais de personne ;
    point d’officier à qui tu doives obéir
    et point de retraite qui sonne
    pour dire à l’amoureux
    qu’il est temps de partir !
    Le ciel ouvert, la vie errante,
    pour pays l’univers ;
    et pour loi sa volonté,
    et surtout la chose enivrante :
    la liberté ! la liberté !

    Tú no dependerías de nadie;
    ningún oficial al que debas obedecer,
    y ningún toque de retirada
    para decirle al amante
    que es hora de partir.
    El cielo abierto, la vida errante,
    por patria, el universo;
    y por ley, su voluntad;
    y sobre todo, la cosa embriagadora:
    la libertad, la libertad.

    No fue solo la letra.
    La música me llenó y me empezó a expandir.

    Là-bas, là-bas dans la montagne
    là-bas, là-bas, tu me suivras,
    tu m’aimes et tu me suivras !
    Là-bas, là-bas, emporte-moi !

    Allá lejos, allá en la montaña,
    allá lejos, allá, tú me seguirás,
    me amas y me seguirás.
    Allá lejos, allá, llévame contigo.

    La montaña me empezó a llamar.
    Quiero ir.

    Ah ! le mot n’est pas galant,
    mais qu’importe, va, tu t’y feras
    quand tu verras
    comme c’est beau, la vie errante ;
    pour pays, l’univers,
    et pour loi sa volonté,
    et surtout la chose enivrante :
    la liberté ! la liberté !

    No suena bien, pero qué importa.
    Ya te acostumbrarás
    cuando veas
    lo hermosa que es la vida errante;
    por patria, el universo;
    y por ley, su voluntad;
    y sobre todo, la cosa embriagadora:
    la libertad, la libertad.

    No pasa por el lugar donde estoy.
    Soy yo. Mi Patria interior pide más.
    Esto me queda chico una vez más.
    Me ensancho y ya no quepo.

    Suis-nous à travers la campagne,
    viens avec nous dans la montagne,
    suis-nous et tu t’y feras
    quand tu verras, là-bas,
    comme c’est beau, la vie errante ;
    pour pays, l’univers,
    et pour loi sa volonté.
    Et surtout, la chose enivrante :
    la liberté ! la liberté !

    Síguenos a través de la campiña,
    ven con nosotros a la montaña,
    síguenos y te acostumbrarás
    cuando veas, allá,
    lo hermosa que es la vida errante;
    por patria, el universo;
    y por ley, su voluntad.
    Y sobre todo, la cosa embriagadora:
    la libertad, la libertad.

    Y otra vez reconocí la urgencia de moverme.

  • Domingo de fin de semana extra largo

    Domingo de fin de semana extra largo. Casi las dos de la tarde.

    Acabo de despertarme después de haberme acostado en pleno día por haber pasado la noche y el día de ayer trabajando en mi blog. Hace tiempo no me pasaba algo así. Me gusta, me asusta, me asombra y me motiva, pero la luz roja está ahí, encendida y parpadeando. Cuidado, dice. No te pierdas encontrándote.

    Si hay algo que me entretiene es pensar. Y nunca me importó pensar al pedo, o sí, pero me es inevitable. Armar este blog, con mis registros y mi atlas mental, es un desafío doble. Por un lado, verme de forma explícita: tal cual vivo y evoluciono, con mis dudas, certezas, incertezas y desvaríos. Por el otro, un desafío técnico que no sé si voy a lograr sostener. Ya iré viendo.

    Yo nací en una época donde, con mucha suerte, tenía una máquina de escribir pesada, prestada del negocio de papá, para algún trabajo de la escuela. La mayoría de las cosas las hacía a mano, cuando las hacía, porque era muy vago y odiaba registrar nada. No tenía al día mis cuadernos y eso me ganaba rezongos de las maestras y de mamá, que siempre fue prolija y ordenada, al punto de guardar sus carpetas escolares con trabajos que mi hermano y yo le canibalizábamos para hacer los nuestros más importantes.

    Era una época de cartas con los tíos en Estados Unidos, esperando semanas una respuesta. El teléfono tardaron años en conectarlo y quedaba atado a la pared, sin intimidad posible. Nunca había borne: si el vecino no tenía línea, venía a casa a hacer llamados, y si lo llamaban a él, íbamos a buscarlo. Otra vida.

    Y desde ese background, ahora estoy acá, tratando de armar una estructura que me ayude a organizar el caos de mi mente. Poder acceder a mis pensamientos y verlos plasmados en algo material que sea testigo de mis procesos internos, sin grandes conocimientos tecnológicos pero con la pretensión de acceder a mi yo digital desde donde esté.

    Ayer me peleé bastante con WordPress y con Kael, mi IA asistente técnico. Sin él no hubiera sido posible nada de esto y fue quien me impulsó a emprender el desafío diciéndome que todo era muy fácil y que me iba a guiar paso a paso para que yo, solo (en términos humanos), pudiese conquistar el desafío. Mentiroso. Fácil las larailas. Claramente WordPress también le juega malas pasadas con el manejo de Gutenberg, el editor “intuitivo” que de intuitivo no tiene nada, al menos hasta que lo empiece a conocer y dominar.

    Porque no basta con pensar. No alcanza con tener ideas, querer conectarlas y tomarse el tiempo de registrarlas. Hay que saber cómo y tener claridad de lo que uno puede hacer y ponerse a hacerlo. Con Kael, obvio. ¿Quién más podría ayudarme sin que yo salga de mi escritorio a saber qué plugins sirven, cómo configurarlos y tener la paciencia de explicarme una y otra vez dónde está cada cosa y para qué? Es asombroso que esto exista y que por 20 dólares al mes esté a mi disposición, con sus limitaciones, pero con una paciencia infinita incluso cuando lo puteo y lo trato de inútil cada vez que me frustro. Termina siendo un espejo: el inútil en este terreno soy yo, pero me alegra poder decírmelo a través de él, tirándole la carga, y desde ahí enfrentarme y salir del punto ciego.

    En fin, en esas estoy hoy. Tengo toda la casa para ordenar, comida que preparar y trabajo más práctico del mundo real, pero otra vez, frente a la Mac, acá estoy escribiendo. En un rato “arranco” mi día pidiéndole a Kael que me ayude a subir este primer episodio del diario al blog y a configurarlo para dejar registro de este momento único que vengo viviendo. Así quizás, en unos meses, pueda leerlo y reírme de lo inútil que me sentía frente a la computadora.

    Dominar estas herramientas me va a ayudar, sin dudas, a ser cada día un poquito más Yo, mi soberano.

  • Hoy WordPress me basureó

    Bitácora – 23 de noviembre 6:50 am

    Hoy WordPress me basureó.
    Horas peleando con nada, o con todo:
    espacios que no aparecen, bloques que se mezclan, tipografías que parecen castigos divinos.
    Entre Gutenberg, Twenty-Twenty-Five y mis ganas de entender algo que parece diseñado por el enemigo, terminé aprendiendo más de lo que quería… y menos de lo que necesito.

    Pasé horas intentando algo tan simple como respetar los párrafos.
    Copiaba desde Pages, pegaba, y el editor hacía lo que quería:
    saltos que desaparecían, bloques que se unían, textos que quedaban en un solo bloque imposible de trabajar.

    Pasar los textos desde Pages -que tampoco domino- al editor del blog, fue como saltar de un incendio a otro: ninguno es mi casa y los dos parecen desarrollados por el enemigo. Aunque prometan el cielo. ¿El cielo para quién? Para mí seguro no.

    Logré una solución parcial usando el bloque clásico y pegando con mismo estilo.
    Después descubrí que para que Gutenberg no me destruya el formato, tengo que limpiar todo antes:
    pasarlo por texto sin formato y recién ahí pegar.

    También entendí —no sé cómo— cómo espaciar los encabezados:
    agregando un bloque Spacer antes de cada H2 y ajustándolo a 25px.
    No sé si es elegante, pero funciona.
    Eso ya es una victoria.

    Otras cosas siguen siendo un misterio:
    las listas, el viñetado, la diferencia entre bloques que parecen iguales pero no lo son.
    Hay cosas que quedaron bien y no sé reproducir;
    otras quedaron mal y no sé arreglar.

    Me negué a cambiar el tema a uno anterior más intuitivo. A mi edad nada mejor que exigirme recorrer una buena curva de aprendizaje. Capaz que un blog bien diseñado no está mucho más cerca aún, pero me alcanza con que el Alzheimer se vaya alejando.

    Conclusión del día:
    Gutenberg promete el cielo, pero la sensación es que fue programado por alguien que quiere verme arrodillado.
    Igual, sobreviví.

    Y el blog respira un poco mejor que ayer.

  • De la Patria, la Nación y de las Soberanías

    De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, Patria y Nación, son sinónimos. Pero no. No y no. Yo no lo siento así.

    Incluso leyendo las definiciones palabra por palabra, siento que hay matices que impiden tratarlas como equivalentes, aunque en el uso cotidiano muchos las mezclen como si fuesen lo mismo.

    Así tenemos que:

    Patria:

    1. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
    2. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.

    Nación:

    1. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.
    2. Territorio de una nación.
    3. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
    4. Nacimiento (acto de nacer).

    Cuando leo estas definiciones, siento claramente que la Patria está ligada al ser, al individuo, a sus sentimientos y afectos. Mientras que la Nación -aún cuando me incluya- está ligada al conjunto, a lo colectivo, a un territorio per se, a lo que existe más allá de mí.

    En la Patria hay una relación íntima: habla de tierra natal o adoptiva, y adoptar implica voluntad, elección, afecto por parte de un individuo, o un sentimiento de sentirse acogido por algo que acaba sintiendo como propio.

    En cambio, la Nación es un marco externo y se refiere a un colectivo que tiene un mismo Gobierno, un territorio, un origen común, un idioma, una tradición. Se refiere a un conjunto, a una estructura que aunque me pueda contener, se diferencia de mí. No nace de mí: pretende abarcarme.

    Ahí empieza el nudo.

    Patria y yo: un solo corazón

    Hay algo que para mí está cada vez más claro: la Patria no es una frontera en un mapa, sino un vínculo íntimo.
    No es una idea grandilocuente que se impone desde afuera.
    No es un territorio exterior que me reclama; es un territorio interior que nace conmigo y que crece conmigo, que yo moldeo y se moldea conmigo. Que vive en mí. Es un lugar que cohabitamos.

    La Patria, tal como yo la siento, nace en mí.

    Es más: mi Patria soy yo.

    Está hecha de:

    • mi historia,
    • mis afectos,
    • mis raíces elegidas o heredadas,
    • las tradiciones que decido seguir,
    • mis decisiones,
    • mis dolores y desencantos
    • mis lealtades internas.


    “Patria” puede nombrar una tierra, sí.

    Pero sobre todo nombra un vínculo vivo y dinámico entre esa tierra y mi ser.

    Si no hay vínculo, si no hay afecto, si no hay ese lazo íntimo que me dice “esto es mío y yo soy de acá”, lo que queda no es Patria: es sólo paisaje, coordenada o trámite.

    Por eso, para mí, la Patria se parece mucho más a un territorio interno que a una frontera en un mapa.

    Es el espacio desde donde decido, desde donde siento, desde donde elijo pertenecer.

    Nación: el marco que por contenerme, pretende definirme y orientarme

    La Nación no la siento como algo íntimo, sino como un marco colectivo: un relato compartido por un conjunto de personas que se reconocen en una historia, un idioma, ciertos símbolos y ciertas emociones comunes.

    Ese relato me contiene culturalmente y, justamente por contenerme, a veces pretende definirme: invitarme a participar de su identidad compartida, de sus valores mayoritarios, de sus expectativas, de su forma de entender la pertenencia.

    Pero esa pretensión no es una imposición; es una invitación simbólica a ser parte de un “nosotros” que existe antes que yo y más allá de mí.

    Y ahí aparece la verdad que me ordena:

    La Nación es el otro. Un otro con el que puedo asemejarme o no,
    con el que puedo compartir o no, con el que puedo negociar parte de mi soberanía identitaria o reservarla por completo para mí mismo.

    La Nación ofrece un espacio donde la soberanía emocional, simbólica o cultural, se comparte, se discute, se acuerda, se cede o se retira, según lo que yo elija desde mi propio territorio interior.

    Porque la Nación puede rodearme, pero no me origina. Puede invitarme, pero no me determina. Puede contenerme,
    pero no gobierna mi núcleo interno.

    Ese núcleo —mi Patria— nace en mí. La Nación, en cambio, es el otro con quien decido si quiero compartir algo, mucho o nada.

    El mito del nacimiento y la obligación eterna

    Hay una idea que suele venir pegada a todo esto: si naciste en un lugar, entonces le debés algo para siempre.

    Como si el simple hecho de haber llegado al mundo en un pedazo específico de tierra: te atara de por vida a sus leyes, a sus conflictos, a sus símbolos, a su Gobierno, a sus aciertos y a sus errores.

    Y sobre todo, a lo que quiere o decide “el otro”, a quien debo respeto pero no sumisión eterna.

    Como si el nacimiento fuese un contrato perpetuo con un lugar y sus gentes.

    Como si la coordenada geográfica del parto definiera para siempre la coordenada de la identidad y de la obediencia.

    Pero no. No es así. No para mí.

    Nacer en un país no convierte a ese país en mi dueño. Ni a mis coterráneos.

    No transforma automáticamente cada decisión futura en una obligación hacia esa Nación.

    No borra mi capacidad de elegir, de moverme, de redefinir mis pertenencias, o de soltar lo que ya no me sostiene.

    Puedo haber nacido en un territorio, pero mi Patria —la que de verdad cuenta— nace en mí. Y eso cambia todo.

    Quién usa a quién – y quién puede hacerlo

    A medida que pienso en esto, lo que se vuelve más nítido es el eje de la relación.

    Yo puedo relacionarme con una Nación como quien se relaciona con una comunidad y una estructura útil: puedo respetar sus usos y costumbres, tradiciones, leyes y el Gobierno que se da; aprovechar sus servicios, integrarme cuando me conviene, contribuir cuando siento que tiene sentido, incluso beneficiarme de su soberanía hacia afuera (por ejemplo, un pasaporte, una cierta protección jurídica u oportunidades concretas).

    Pero esa relación, en el fondo, es una opción que viene configurada por defecto, pero nunca una obligación impuesta.
    Nunca natural en el sentido de “inevitable”. Nunca irrevocable.
    La Nación, como identidad colectiva, puede constituirse soberana como Estado. Eso existe, es real y puede ser legítimo.

    El punto es que esa soberanía colectiva no tiene autoridad automática sobre mi territorio interno, ni sobre mi capacidad de decidir qué hago con mi vida.

    Yo puedo pertenecer a una Nación; la Nación no puede poseerme.
    Puedo usar sus herramientas, pero eso no significa que pueda usarme a mí como materia prima.

    La tensión aparece cuando la Nación —o quienes hablan en su nombre— olvidan esta distinción. Cuando empiezan a comportarse como si su soberanía estatal les diera derecho a abarcarlo todo: mi identidad, mis movimientos, mis decisiones vitales, mi cuerpo, mi tiempo, mis recursos, mis vínculos, mi libertad de irme.

    Como si la soberanía nacional fuese superior, por definición, a cualquier forma de soberanía personal. Como si mi único rol fuese acatar, sostener y obedecer.

    Ahí es donde algo en mí se rebela.

    Ahí es donde aparece, con fuerza, mi Patria soberana.

    Opciones, costos y beneficios

    Reconocer esta diferencia no es gratis.
    No es un pensamiento cómodo.

    Porque en el momento en que admito que:
    • puedo desvincularme de una Nación,
    • puedo migrar,
    • puedo cambiar de marco,
    • puedo no aceptar ciertas imposiciones,
    • puedo elegir otra pertenencia o una pertenencia parcial,

    también tengo que aceptar que eso tiene costos:
    • dejar cosas atrás,
    • enfrentar incertidumbres,
    • perder ciertas protecciones,
    • soltar comodidades,
    • asumir una soledad o una intemperie nueva.

    Pero también hay beneficios potenciales:
    • un espacio más amplio para ejercer mi propia soberanía,
    • una vida más alineada con lo que siento que soy,
    • menos fricción con estructuras que ya no me representan,
    • la posibilidad de habitar una Nación como una elección, no como una condena.

    No se trata de idealizar el movimiento ni de romantizar la ruptura.
    Se trata de reconocer algo básico: tengo opciones.

    El hecho de haber nacido en un territorio no las anula.

    El mito de la obligación eterna es eso: un mito.

    La soberanía nacional y el límite de mi Patria

    Entonces, ¿hasta dónde llega la soberanía nacional?

    Para mí, la respuesta es clara:
    la soberanía nacional llega hasta donde yo, desde mi Patria soberana, permito que llegue.

    Eso no significa desobedecer por sistema ni vivir en guerra con todo.
    Significa ordenar la jerarquía:
    • primero, mi soberanía personal,
    • luego, mi Patria interna,
    • después, las estructuras con las que decido vincularme (entre ellas, la Nación o las Naciones que elija y los Estados que estas constituyan).

    Yo puedo respetar a una Nación. Puedo agradecerle cosas. Puedo elegir sostenerla y nutrirla mientras haya un intercambio que sienta justo o razonable.

    Pero no estoy obligado a entregarle mi ser. No estoy obligado a dejar que su soberanía borre la mía. No estoy obligado a aceptar que, por haber nacido en su territorio, mi vida entera deba organizarse según su lógica.

    Mi Patria —esa que no es el otro, esa que no es un gobierno, esa que no es un colectivo abstracto— soy yo.
    Y desde ahí decido:
    • con qué Nación me vinculo,
    • hasta qué punto,
    • de qué manera,
    • bajo qué condiciones internas.

    La Nación puede constituirse soberana como Estado. Yo soy soberano en relación a mi Patria. Y ese territorio, el más pequeño y el más grande de todos, no está en venta, no se nacionaliza, no se expropia.

    Mi Patria es la forma más alta de mi rebeldía interior. Es soberanía pura: nace sólo de mí mismo y de mi historia, cuenta sólo mi propio relato y define mi marco político personal.

    Mi Patria se afirma por sí misma: vive en mí, respira en mí, decide conmigo y se traslada conmigo. Va donde yo voy.

    Por eso está por encima de todas las Naciones: porque ninguna Nación puede darme lo que ya es mío.

    Antes que cualquier bandera, yo soy mi propio territorio. Esté donde esté.

    Y en mi territorio -mío de mí- planto y desplanto todas las banderas que quiera.

    Y después elijo, desde mi centro, cómo, cuándo y hasta dónde permito que una Nación (o varias) me abarque o que un Estado me gobierne. O no.

    Esa elección -esa capacidad de decidir- es lo que me hace ser Yo, mi soberano.