Autor: Yo, mi soberano

  • La autoridad, yo y mi soberanía

    «Mi autoridad emana de vosotros
    y ella cesa ante vuestra presencia soberana.»

    Escuché mil veces esta frase de Artigas.
    Hasta que un día me atravesó distinto.
    Más personal.
    Más íntimo.

    Y me quedé pensando.

    Si mi autoridad no me la otorga nadie,
    si no emana de un “vosotros”,
    si no la ejerzo sobre otros…

    ¿de dónde nace
    y dónde termina?

    La ejerzo hacia adentro,
    sobre mí mismo.
    No hacia afuera.
    No sobre nadie.

    No necesito que cese ante nadie
    porque no depende de nadie.
    No se delega,
    no se pide prestada,
    no se valida afuera.

    Esa frase forjó la Nación donde nací.
    Pero lo que despertó en mí
    se hizo otra cosa:

    un tipo de autoridad
    que no se ejerce sobre otros
    sino sobre mi propio territorio interno.

    Y ahí es donde entiendo
    el punto exacto al que llegué:

    soy Yo, mi soberano.

  • Traición a la Patria

    Traición a la Patria
    es un invento del Estado.

    A la Patria no se la traiciona:
    se la habita.

    Al Estado, si querés, se lo desobedece.

    Pero mi Patria no pide lealtad,
    porque no la delego.

  • Traición a la Patria: alegato final

    Señoría, fiscal, tribunal:

    Díganme claro:
    ¿estoy siendo juzgado por traición a la Patria,
    o por desobedecer al Estado que se la apropió?

    Porque mi Patria no está sentada ahí con ustedes.
    Mi Patria está acá —adentro—
    y no necesita expediente.

    Ustedes hablan en nombre de una Nación
    que existía antes de que yo respirara.
    Perfecto.
    La respeto.
    Pero no les firmé adopción.

    No confundamos nacimiento con pertenencia,
    ni documento con obediencia.

    Si para ustedes la lealtad es acatar,
    entiendo el cargo.
    Pero para mí la lealtad es no mentirme.

    Y si eso es delito,
    entonces anótenlo bien:

    no traicioné a nadie.
    Solo dejé de entregarme.
    Y en mi territorio,
    la sentencia la dicto yo.

  • Bitácora: primer registro

    No sé bien para qué hice esta subcategoría.
    Supongo que para esto mismo:
    dejar constancia de cuando no entiendo nada
    y sigo igual.

    Bitácora no es reflexión ni ensayo.
    No busca cerrar nada.
    Es apenas un rastro:
    qué hice hoy, qué decidí,
    qué me trabó y qué destrabé.

    Si mañana cambio de idea,
    también queda acá.
    No para justificarme —
    sino para poder volver a leerme
    cuando ya sea otro.

    El blog es mi territorio.
    La bitácora, el registro interno.
    Nada más que eso.

  • ¿El Estado me ama…o quiere poseerme?

    A veces siento que el Estado es ese ex insistente
    que no acepta el final.

    Me manda señales, sellos, himnos, obligaciones.
    Yo respondo con silencio diplomático.

    No es odio.
    Es que confundió que yo nací en su seno
    con creer que podía ser mi dueño.

    Mi Patria, en cambio, no firma contratos.
    Sólo late.

  • La frontera más corta del mundo

    Siempre pensé que las fronteras eran líneas en un mapa.
    Hasta que entendí que la más corta del mundo
    va del pecho a la conciencia.

    La Nación puede rodearme,
    pero la Patria únicamente existe cuando la reconozco.

    No hay aduana para entrar en mí,
    sólo valentía para no salir corriendo.

  • Patria de Bolsillo

    Hoy descubrí que mi Patria no entra en un mapa,
    pero sí en un gesto mínimo.

    Ayer me cambié de país sin moverme del sillón.
    Apagué el noticiero, respiré hondo
    y recuperé territorio.

    Al final, la soberanía era eso:
    cerrar la frontera en mí mismo.

  • Mi Patria Soberana

    Hay frases que se repiten incansablemente -y hasta las repito yo mismo- y parecen intocables. Hasta que un día cuando caen dentro mío, escucho (por primera vez?) cómo suenan. Y me hacen ruido, causan un estruendo que me despierta de un largo letargo.
    “La Patria es el otro” es una de ellas.
    La dije, la leí, la escuché, la repetí…
    pero un día algo en mí se desacomodó.

    Nací en Uruguay.
    Crecí cantando un himno que abre con un filo cortante:
    “Orientales, la Patria o la tumba.”
    Un ultimátum disfrazado de identidad.
    Y sin embargo, años después, al escuchar que “la Patria es el otro” no puedo evitar que algo en mí choque.

    Combino ambas sentencias y me pregunto:
    ¿El otro… o la tumba?
    ¿Quién decide?
    ¿Quién interpreta?
    ¿Quién define la Patria en nombre de todos?

    Me pregunto también:
    ¿Quiénes afirman a pies juntillas que la Patria es el otro?
    ¿Desde qué lugar lo hacen?
    ¿Desde qué poder real o simbólico se sostiene esa frase?
    ¿Con qué intención, con qué horizonte, con qué idea de comunidad?
    ¿Quién se siente autorizado a enunciarla?
    ¿Y qué soberanía está implícita en esa afirmación?

    Cuando declaro que la patria está en el otro…
    ¿qué lugar ocupo yo?
    ¿Y qué lugar le asigno a ese otro?
    ¿Lo convierto en depositario de mi identidad, o me reflejo en la suya?
    ¿En sostén, en apoyo involuntario?
    ¿En espejo, en reflejo?
    ¿En actor o en escenario?
    ¿O en territorio a administrar, o me convierto por el contrario en territorio administrable?

    Empiezo a ver que esa pregunta abre otra:
    ¿Qué tipo de soberanía necesita que la patria sea el otro?
    Una soberanía ejercida sobre otros no es soberanía personal.
    Intuyo que afirmar que la Patria sea el otro, es dirección, conducción, tutela o representación.
    Y esa lógica no resuena con mi forma de habitarme.

    Hay un punto en el que me cae la ficha:
    yo no puedo ejercer soberanía sobre nadie más que sobre mí.
    Ese es el límite.
    Ese es el borde.
    Ese es el territorio.

    Y si la soberanía es personal,
    si mi poder nace de mi lucidez y no de la dominación,
    entonces la patria no puede ser el otro.
    No puede estar afuera.
    No puede depender de un colectivo.

    La patria es mi territorio interno.
    La patria es el espacio que gobierno dentro mío.
    La patria es la raíz que me sostiene incluso cuando cambio de país, de idioma o de vida.
    La patria es el lugar donde mis decisiones pueden crearse.
    La patria es lo que no le delego a nadie. Es lo que yo defiendo. Y como también dice el himno uruguayo: “Libertad, o con gloria morir”.

    Sigo sin respuestas definitivas.
    Solo veo líneas que empiezan a dibujarse,
    preguntas que se tensan,
    ideas que piden un ensayo entero.

    Lo único que se asienta, aquí y ahora,
    es esta certeza firme:

    Mi patria soy yo, y nadie más que yo.
    Yo y lo que es me es propio.
    Y desde ahí respeto al otro, que defenderá su Patria.

    Todo lo demás…
    queda para profundizar en otro nivel.

  • Patria como reflejo ajeno

    Decimos que la Patria es el otro.
    Lo repetimos sin pestañear.

    Pero un día me pregunto:
    ¿y si al decirlo me vacié de mí?

    ¿Desde cuándo mi identidad
    depende de una frase colectiva
    que nadie me pidió sentir?

    Capaz la Patria no está afuera.
    Capaz me la saqué de encima
    para no hacerme cargo.

  • Neologismo: Anestatales

    Los llaman apátridas.

    Eso no existe.

    La Patria no depende

    del reconocimiento de un otro.

    Anacionales, difícil.

    Casi siempre hay un “nosotros” atrás,

    aunque a veces lo tapemos.

    Son directamente anestatales:

    sin Estado que los registre,

    con Patria que late.

    No los ninguneen.