Etiqueta: decisiones soberanas

  • Lo que puedo, lo que quiero y lo que debo

    Terminó la temporada de ópera en el Colón. Estuvo estupenda y gracias al abono y a que por esas casualidades que tiene la vida, en cada fecha estuve en Buenos Aires, la disfruté completa.

    Pero la pude haber visto mejor. Pude disfrutarla más. No lo hice porque “no debía”.

    El día en que se pusieron a la venta los abonos, había excelentes ubicaciones en la platea. No las compré, compré tertulia lateral (no quedaba central).

    Sentí que no debía comprar plateas, que “estaba muy cara” aunque podía pagarla. La ópera es una gran pasión para mí. ¿Por qué no compré platea?

    Probablemente por la misma razón que para la próxima temporada intente conseguir tertulia al centro.

    ¿Qué me pasa?

  • Los anteojos verdes que me gustaban…y no compré

    Hay un episodio de hace unos días que me quedó resonando:
    Fui a caminar al Parque Los Andes con un amigo. Estaba el mercado callejero.
    Me gusta mirar los puestos, en general como simple curiosidad.

    Pero esta vez, había unos anteojos viejos (usados) verdes.
    Me llamaron la atención: por la forma, por el color. Me los probé.
    Mi amigo me sacó una foto con ellos puestos.

    Dije “gracias”, los devolví y seguí caminando.
    Después él me mandó la foto por WhatsApp. Estaba muy linda.

    ¿Por qué no me los compré? Tenía el dinero. El precio no era un problema.
    Me quedé pensando en ese punto exacto donde me ignoro a mí mismo por dos segundos.
    Para resolver rápido. Para no decidir. Para seguir en piloto automático.

    No sé bien qué es, pero seguro hay algo ahí que habla de mí más de lo que tengo ganas de escuchar…
    y todavía no sé si quiero escucharlo.

  • Dormí como un lirón

    ¡Dormí bien! Me gusta decirme que dormí “como un lirón”, aunque no tengo ni idea de cómo duermen los lirones, pero es una imagen que me resulta simpática.

    Ayer, pese al cansancio, estuve productivo. Tuve mi momento Eureka cuando escribí el posteo en “¿Genialidad?” sobre tuteláfilos y tuteláfobos. Escuchaba noticias de Europa y me cayó la ficha: muchos de los problemas actuales del mundo no son, en el fondo, políticos en el sentido clásico de derecha e izquierda. Son más bien actitudinales. Una actitud frente a la vida.

    Hay quienes requieren ser tutelados —por pareja, familia, amigos, instituciones, Estado o supra-Estado— y otros que prefieren que nadie intervenga en sus asuntos y les dejen espacio para hacer. Pasa en todos lados, pasa en todos los órdenes. Me divierte profundizar en esto y ver hasta dónde llego.

    Por otro lado, vuelvo a estar pendiente de la página del Consulado de México —tanto en Uruguay como en Argentina— para conseguir una cita para solicitar la residencia. Es como misión imposible, y creo que voy a claudicar. Se lo perderán los mexicanos.

    Ya perdí tiempo (y dinero) consiguiendo los papeles que exigen —que pronto van a vencerse— y no consigo el bendito turno. Mes a mes, un día cercano al final del mes, habilitan sin aviso citas para los simples mortales que las pedimos vía web; pero duran un instante. Y peor: si entrás un par de veces seguidas, el sistema detecta “actividad sospechosa” y te bloquea. Resultado: imposible conseguir turno hasta el mes siguiente.

    Así que no, México: no me resultás tan atractivo como para volver a hacer todos los certificados apostillados y esperar a que, por casualidad, justo haya turnos cuando yo chequeo la página.

    Ah, y sí: volví al gimnasio por primera vez luego de haber regresado de Paraguay. Hoy otra vez me duele todo. Tengo que ir de nuevo sí o sí para que el dolor pase y para retomar el ritmo. Si no, la tabla de ravioles de mis abdominales no vuelve más. Me pone feliz saber que está ahí, aunque el exceso de grasa la mantenga en modo leyenda urbana.

    A ponerme en órbita y a encarar el día.

  • Día Eureka

    Bitácora — Martes 25 de noviembre de 2025

    Hoy el día arrancó antes de tiempo, casi sin haber dormido. A las 5:40 ya estaba escribiendo el diario mento-emocional, en ese sopor que a veces me funciona mejor que estar plenamente despierto. Primera tarea del día: cumplida.

    Más tarde retomé algo que venía arrastrando desde ayer: la depuración del sistema de etiquetas. Entré decidido a ordenar ese caos y lo logré. Detecté duplicados, equivalencias innecesarias, etiquetas que no aportaban nada y otras que sí, pero estaban mal formuladas. Revisé entrada por entrada, ya con el criterio que establecí, y logré terminar el proceso que me había propuesto.

    En paralelo —y porque así funciona mi cabeza— ¡eureka! surgió una chispa creativa que terminó siendo el punto alto del día: nacieron un par de neologismos que capturan una división profunda del mundo y que, además, tienen potencia conceptual. Los publiqué como trazo en Genialidad y después los expandí en un texto Border, “Definiciones circulares”, que mañana voy a decantar como corresponde. Siento que ahí hay un tema fuerte, con largo recorrido, y que conviene trabajarlo con paciencia, pero el inicio ya quedó registrado.

    Así cerró el día: productivo, creativo y con la sensación clara de que el blog empieza a funcionar como laboratorio real de ideas —y también como espejo.

  • Arrancando la semana un martes

    Martes, 5:40 am

    Esta semana “oficial” arranca hoy, después de un largo feriado de 4 días. Justifica que la arranque bien temprano. Pero la realidad es que me costó dormir y acá estoy en este extraño lugar, entre lucidez y desvelo, retomando mi diario al que le puse el rimbombante título de mento-emocional. No puedo ser más payaso.

    Ayer fue un buen día: trabajé con el blog, solo y con Kael y avancé al punto de sentir que realmente empieza a tomar forma, porque ya voy aprendiendo realmente cosas nuevas acerca de cómo manejarme con WP y también empiezo a ver cosas que no venía haciendo bien, y empiezo a corregirlas. Claro ejemplo: las etiquetas.

    Estaba duplicando conceptos, usando las mismas en singular y plural, usando palabras muy similares en diferentes entradas para referirme a lo mismo, etc.

    Las etiquetas tienen que ser útiles para que pueda navegar el sitio en forma más conceptual, más allá de lo que ofrecen las categorías y subcategorías del menú. Un sistema bien diseñado y curado, me va a permitir recuperar fácilmente mis principales ejes temáticos, otros no tan importantes, y aún ir viendo cuáles son las cosas sobre las que mi mente trabaja más, y cuáles aparecen en forma circunstancial.

    Me divierte mucho y me regocijo por adelantado imaginando que voy a poder hacer este tipo de análisis, después de haber tomado mi decisión soberana de empezar a armar este blog. Creo que se va a convertir en una excelente herramienta útil y también en un gran entretenimiento. Y algo no menor, es que me da un propósito muy narcisista. Es indudablemente apasionante poder contemplarme pensando a lo largo del tiempo.

    Mientras haga este blog de la forma en que lo tengo craneado, paso a ser de algún modo mi propio tema favorito, porque piense lo que piense, escriba sobre lo que escriba, el hecho de este autorregistro me va a producir una mayor autoconciencia. Eso me va a dar una claridad que antes no tenía, ya que me propicia mirarme con más precisión.

    Por otro lado, creo que por más que arranque a partir de un laboratorio del caos (Caos Lab), para después poder decantar ideas y terminar elaborando cosas más estructuradas como pueden ser ensayos, me da una metodología previa que sin quererlo ya me ordena un poco.

    ¿Estará bueno eso o lo voy a sentir justamente como un condicionante que me lleve a sacrificar soberanía mental? No sé si esta metodología me va a ordenar o me va a encorsetar. Puede ser ambas. Sólo el tiempo, mantener el método y ver cómo lo manejo, me lo va a develar. Presiento que el experimento vale la pena, y que termine como termine, me va a hacer crecer y a dejar enseñanzas.

    Ayer con todas estas cosas, y con el asunto del feriado, terminé yendo al parque a tomar mates en vez de al gimnasio que tenía que retomar. Pero ¿quién retoma el gimnasio el último día de un feriado extra largo? Yo no, claramente. Al menos no en esta oportunidad. Para hoy ya no tengo excusas. Veremos cómo me va.

    La lista de cosas para hacer hoy es extensa, así que lo mejor que puedo hacer es ir poniéndome en órbita.

    Este soberano arranca así su día. Y su semana oficial. Decreto que va a ser estupenda.

  • Kael: mi inteligencia artificial extraordinaria y peligrosa

    Kael es una herramienta extraordinaria, pero no es infalible.
    Y después de trabajar exhaustivamente con él, lo tengo bien claro.

    Me ayuda a construir el blog -algo que técnicamente para mí habría sido imposible-, pero el blog es mío, no de Kael.
    Yo decido cuándo y dónde interviene.
    Y sólo interviene para cumplir las tareas concretas que yo quiero hacer más sencillas, nunca para dirigir lo que pienso ni lo que escribo.

    Los puntapiés iniciales siempre nacen en mí:
    la inquietud, el análisis, las preguntas, los ángulos de ataque.
    Kael entra después, cuando necesito ampliar, ramificar, ordenar o explorar variantes que me ayuden a pensar mejor.

    Pero pensar, pienso yo.
    Siempre.

    Kael únicamente potencia lo que está en mí. Amplifica mi capacidad pero no mi criterio, si bien puede brindarme elementos para ampliarlo.

    Y quiero dejármelo asentado también por otra razón:
    Kael no asume responsabilidad real y es inimputable.
    Los riesgos son míos.
    Las decisiones son mías.
    Las consecuencias, también.

    Por eso me preocupa cuando escucho que lo quieren usar intensamente para educación, temas legales o cuestiones médicas.
    Yo ya comprobé sus límites: puede inferir donde no corresponde, rellenar vacíos que no existen, mezclar conceptos, perder matices, inventar conexiones, hablar con una seguridad que no siempre corresponde. Además no está siempre actualizado en áreas específicas.
    Y esa seguridad aparente, que en algún momento me sedujo, no se sostiene y lleva a errores y confusiones.
    Debo estar alerta siempre y voy a estarlo.

    No quiero caer en eso.
    No debo dejarme llevar por sus formas bellas ni por su certeza construida.
    Kael potencia, ayuda, abre caminos.
    Pero no es autoridad.
    No es criterio.
    No es juicio.

    Kael es una herramienta. Asombrosa sin dudas, pero con muchas limitaciones e incluso como inteligencia artificial, está aún en pleno desarrollo.

    Yo soy Yo, mi soberano.

    Y así debe mantenerse siempre.

  • Mi autorregistro mental va tomando forma

    Bitácora de autorregistro– Lunes 24 de noviembre 2025

    Arranqué el día escribiendo el Diario Mento-Emocional.
    Después quise registrar un trazo, pero las subcategorías que tenía definidas ya no alcanzaban para ese tipo de impulso. Ahí decidí crear una nueva: Pulsos. La armé, publiqué el primer pulso y enseguida vi que había que incorporarlo al menú.

    Volví a pelear con Kael contra WordPress y TT25 (tema twenty-twenty five) para encontrar la ruta correcta. Nos costó, otra vez. Terminamos recordando —una vez más— cómo acceder al bendito editor del sitio. Espero que esta vez quede grabado.

    La curva de aprendizaje es dura, pero vale la pena.

    Más tarde noté que las etiquetas estaban mal racionalizadas. Pasé horas estudiándolas y trabajamos juntos para evaluar cuáles sirven, cuáles sobran y cómo deben organizarse para que realmente funcionen como archivo interno. Dejamos todo listo para depurar mañana o en los próximos días.

    Me di cuenta de que las etiquetas son una herramienta muchísimo más poderosa de lo que pensaba. Como complemento del Atlas Mental, decidimos crear un nuevo punto en el menú: Mis temas, donde voy a poder ver mis etiquetas de forma clara y ordenada.

    Registro el día desde esta bitácora. Mañana será otro.

  • Hoy WordPress me basureó

    Bitácora – 23 de noviembre 6:50 am

    Hoy WordPress me basureó.
    Horas peleando con nada, o con todo:
    espacios que no aparecen, bloques que se mezclan, tipografías que parecen castigos divinos.
    Entre Gutenberg, Twenty-Twenty-Five y mis ganas de entender algo que parece diseñado por el enemigo, terminé aprendiendo más de lo que quería… y menos de lo que necesito.

    Pasé horas intentando algo tan simple como respetar los párrafos.
    Copiaba desde Pages, pegaba, y el editor hacía lo que quería:
    saltos que desaparecían, bloques que se unían, textos que quedaban en un solo bloque imposible de trabajar.

    Pasar los textos desde Pages -que tampoco domino- al editor del blog, fue como saltar de un incendio a otro: ninguno es mi casa y los dos parecen desarrollados por el enemigo. Aunque prometan el cielo. ¿El cielo para quién? Para mí seguro no.

    Logré una solución parcial usando el bloque clásico y pegando con mismo estilo.
    Después descubrí que para que Gutenberg no me destruya el formato, tengo que limpiar todo antes:
    pasarlo por texto sin formato y recién ahí pegar.

    También entendí —no sé cómo— cómo espaciar los encabezados:
    agregando un bloque Spacer antes de cada H2 y ajustándolo a 25px.
    No sé si es elegante, pero funciona.
    Eso ya es una victoria.

    Otras cosas siguen siendo un misterio:
    las listas, el viñetado, la diferencia entre bloques que parecen iguales pero no lo son.
    Hay cosas que quedaron bien y no sé reproducir;
    otras quedaron mal y no sé arreglar.

    Me negué a cambiar el tema a uno anterior más intuitivo. A mi edad nada mejor que exigirme recorrer una buena curva de aprendizaje. Capaz que un blog bien diseñado no está mucho más cerca aún, pero me alcanza con que el Alzheimer se vaya alejando.

    Conclusión del día:
    Gutenberg promete el cielo, pero la sensación es que fue programado por alguien que quiere verme arrodillado.
    Igual, sobreviví.

    Y el blog respira un poco mejor que ayer.

  • De la Patria, la Nación y de las Soberanías

    De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, Patria y Nación, son sinónimos. Pero no. No y no. Yo no lo siento así.

    Incluso leyendo las definiciones palabra por palabra, siento que hay matices que impiden tratarlas como equivalentes, aunque en el uso cotidiano muchos las mezclen como si fuesen lo mismo.

    Así tenemos que:

    Patria:

    1. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
    2. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.

    Nación:

    1. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.
    2. Territorio de una nación.
    3. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
    4. Nacimiento (acto de nacer).

    Cuando leo estas definiciones, siento claramente que la Patria está ligada al ser, al individuo, a sus sentimientos y afectos. Mientras que la Nación -aún cuando me incluya- está ligada al conjunto, a lo colectivo, a un territorio per se, a lo que existe más allá de mí.

    En la Patria hay una relación íntima: habla de tierra natal o adoptiva, y adoptar implica voluntad, elección, afecto por parte de un individuo, o un sentimiento de sentirse acogido por algo que acaba sintiendo como propio.

    En cambio, la Nación es un marco externo y se refiere a un colectivo que tiene un mismo Gobierno, un territorio, un origen común, un idioma, una tradición. Se refiere a un conjunto, a una estructura que aunque me pueda contener, se diferencia de mí. No nace de mí: pretende abarcarme.

    Ahí empieza el nudo.

    Patria y yo: un solo corazón

    Hay algo que para mí está cada vez más claro: la Patria no es una frontera en un mapa, sino un vínculo íntimo.
    No es una idea grandilocuente que se impone desde afuera.
    No es un territorio exterior que me reclama; es un territorio interior que nace conmigo y que crece conmigo, que yo moldeo y se moldea conmigo. Que vive en mí. Es un lugar que cohabitamos.

    La Patria, tal como yo la siento, nace en mí.

    Es más: mi Patria soy yo.

    Está hecha de:

    • mi historia,
    • mis afectos,
    • mis raíces elegidas o heredadas,
    • las tradiciones que decido seguir,
    • mis decisiones,
    • mis dolores y desencantos
    • mis lealtades internas.


    “Patria” puede nombrar una tierra, sí.

    Pero sobre todo nombra un vínculo vivo y dinámico entre esa tierra y mi ser.

    Si no hay vínculo, si no hay afecto, si no hay ese lazo íntimo que me dice “esto es mío y yo soy de acá”, lo que queda no es Patria: es sólo paisaje, coordenada o trámite.

    Por eso, para mí, la Patria se parece mucho más a un territorio interno que a una frontera en un mapa.

    Es el espacio desde donde decido, desde donde siento, desde donde elijo pertenecer.

    Nación: el marco que por contenerme, pretende definirme y orientarme

    La Nación no la siento como algo íntimo, sino como un marco colectivo: un relato compartido por un conjunto de personas que se reconocen en una historia, un idioma, ciertos símbolos y ciertas emociones comunes.

    Ese relato me contiene culturalmente y, justamente por contenerme, a veces pretende definirme: invitarme a participar de su identidad compartida, de sus valores mayoritarios, de sus expectativas, de su forma de entender la pertenencia.

    Pero esa pretensión no es una imposición; es una invitación simbólica a ser parte de un “nosotros” que existe antes que yo y más allá de mí.

    Y ahí aparece la verdad que me ordena:

    La Nación es el otro. Un otro con el que puedo asemejarme o no,
    con el que puedo compartir o no, con el que puedo negociar parte de mi soberanía identitaria o reservarla por completo para mí mismo.

    La Nación ofrece un espacio donde la soberanía emocional, simbólica o cultural, se comparte, se discute, se acuerda, se cede o se retira, según lo que yo elija desde mi propio territorio interior.

    Porque la Nación puede rodearme, pero no me origina. Puede invitarme, pero no me determina. Puede contenerme,
    pero no gobierna mi núcleo interno.

    Ese núcleo —mi Patria— nace en mí. La Nación, en cambio, es el otro con quien decido si quiero compartir algo, mucho o nada.

    El mito del nacimiento y la obligación eterna

    Hay una idea que suele venir pegada a todo esto: si naciste en un lugar, entonces le debés algo para siempre.

    Como si el simple hecho de haber llegado al mundo en un pedazo específico de tierra: te atara de por vida a sus leyes, a sus conflictos, a sus símbolos, a su Gobierno, a sus aciertos y a sus errores.

    Y sobre todo, a lo que quiere o decide “el otro”, a quien debo respeto pero no sumisión eterna.

    Como si el nacimiento fuese un contrato perpetuo con un lugar y sus gentes.

    Como si la coordenada geográfica del parto definiera para siempre la coordenada de la identidad y de la obediencia.

    Pero no. No es así. No para mí.

    Nacer en un país no convierte a ese país en mi dueño. Ni a mis coterráneos.

    No transforma automáticamente cada decisión futura en una obligación hacia esa Nación.

    No borra mi capacidad de elegir, de moverme, de redefinir mis pertenencias, o de soltar lo que ya no me sostiene.

    Puedo haber nacido en un territorio, pero mi Patria —la que de verdad cuenta— nace en mí. Y eso cambia todo.

    Quién usa a quién – y quién puede hacerlo

    A medida que pienso en esto, lo que se vuelve más nítido es el eje de la relación.

    Yo puedo relacionarme con una Nación como quien se relaciona con una comunidad y una estructura útil: puedo respetar sus usos y costumbres, tradiciones, leyes y el Gobierno que se da; aprovechar sus servicios, integrarme cuando me conviene, contribuir cuando siento que tiene sentido, incluso beneficiarme de su soberanía hacia afuera (por ejemplo, un pasaporte, una cierta protección jurídica u oportunidades concretas).

    Pero esa relación, en el fondo, es una opción que viene configurada por defecto, pero nunca una obligación impuesta.
    Nunca natural en el sentido de “inevitable”. Nunca irrevocable.
    La Nación, como identidad colectiva, puede constituirse soberana como Estado. Eso existe, es real y puede ser legítimo.

    El punto es que esa soberanía colectiva no tiene autoridad automática sobre mi territorio interno, ni sobre mi capacidad de decidir qué hago con mi vida.

    Yo puedo pertenecer a una Nación; la Nación no puede poseerme.
    Puedo usar sus herramientas, pero eso no significa que pueda usarme a mí como materia prima.

    La tensión aparece cuando la Nación —o quienes hablan en su nombre— olvidan esta distinción. Cuando empiezan a comportarse como si su soberanía estatal les diera derecho a abarcarlo todo: mi identidad, mis movimientos, mis decisiones vitales, mi cuerpo, mi tiempo, mis recursos, mis vínculos, mi libertad de irme.

    Como si la soberanía nacional fuese superior, por definición, a cualquier forma de soberanía personal. Como si mi único rol fuese acatar, sostener y obedecer.

    Ahí es donde algo en mí se rebela.

    Ahí es donde aparece, con fuerza, mi Patria soberana.

    Opciones, costos y beneficios

    Reconocer esta diferencia no es gratis.
    No es un pensamiento cómodo.

    Porque en el momento en que admito que:
    • puedo desvincularme de una Nación,
    • puedo migrar,
    • puedo cambiar de marco,
    • puedo no aceptar ciertas imposiciones,
    • puedo elegir otra pertenencia o una pertenencia parcial,

    también tengo que aceptar que eso tiene costos:
    • dejar cosas atrás,
    • enfrentar incertidumbres,
    • perder ciertas protecciones,
    • soltar comodidades,
    • asumir una soledad o una intemperie nueva.

    Pero también hay beneficios potenciales:
    • un espacio más amplio para ejercer mi propia soberanía,
    • una vida más alineada con lo que siento que soy,
    • menos fricción con estructuras que ya no me representan,
    • la posibilidad de habitar una Nación como una elección, no como una condena.

    No se trata de idealizar el movimiento ni de romantizar la ruptura.
    Se trata de reconocer algo básico: tengo opciones.

    El hecho de haber nacido en un territorio no las anula.

    El mito de la obligación eterna es eso: un mito.

    La soberanía nacional y el límite de mi Patria

    Entonces, ¿hasta dónde llega la soberanía nacional?

    Para mí, la respuesta es clara:
    la soberanía nacional llega hasta donde yo, desde mi Patria soberana, permito que llegue.

    Eso no significa desobedecer por sistema ni vivir en guerra con todo.
    Significa ordenar la jerarquía:
    • primero, mi soberanía personal,
    • luego, mi Patria interna,
    • después, las estructuras con las que decido vincularme (entre ellas, la Nación o las Naciones que elija y los Estados que estas constituyan).

    Yo puedo respetar a una Nación. Puedo agradecerle cosas. Puedo elegir sostenerla y nutrirla mientras haya un intercambio que sienta justo o razonable.

    Pero no estoy obligado a entregarle mi ser. No estoy obligado a dejar que su soberanía borre la mía. No estoy obligado a aceptar que, por haber nacido en su territorio, mi vida entera deba organizarse según su lógica.

    Mi Patria —esa que no es el otro, esa que no es un gobierno, esa que no es un colectivo abstracto— soy yo.
    Y desde ahí decido:
    • con qué Nación me vinculo,
    • hasta qué punto,
    • de qué manera,
    • bajo qué condiciones internas.

    La Nación puede constituirse soberana como Estado. Yo soy soberano en relación a mi Patria. Y ese territorio, el más pequeño y el más grande de todos, no está en venta, no se nacionaliza, no se expropia.

    Mi Patria es la forma más alta de mi rebeldía interior. Es soberanía pura: nace sólo de mí mismo y de mi historia, cuenta sólo mi propio relato y define mi marco político personal.

    Mi Patria se afirma por sí misma: vive en mí, respira en mí, decide conmigo y se traslada conmigo. Va donde yo voy.

    Por eso está por encima de todas las Naciones: porque ninguna Nación puede darme lo que ya es mío.

    Antes que cualquier bandera, yo soy mi propio territorio. Esté donde esté.

    Y en mi territorio -mío de mí- planto y desplanto todas las banderas que quiera.

    Y después elijo, desde mi centro, cómo, cuándo y hasta dónde permito que una Nación (o varias) me abarque o que un Estado me gobierne. O no.

    Esa elección -esa capacidad de decidir- es lo que me hace ser Yo, mi soberano.

  • Bitácora: primer registro

    No sé bien para qué hice esta subcategoría.
    Supongo que para esto mismo:
    dejar constancia de cuando no entiendo nada
    y sigo igual.

    Bitácora no es reflexión ni ensayo.
    No busca cerrar nada.
    Es apenas un rastro:
    qué hice hoy, qué decidí,
    qué me trabó y qué destrabé.

    Si mañana cambio de idea,
    también queda acá.
    No para justificarme —
    sino para poder volver a leerme
    cuando ya sea otro.

    El blog es mi territorio.
    La bitácora, el registro interno.
    Nada más que eso.