Etiqueta: pensamiento critico

  • Nombrar para pensar

    Capto cosas que busco explicar y no consigo.
    El concepto se me ilumina, pero no tengo las palabras.

    Desde mi soberanía mental, me siento libre de ponerles nombre.

    Nombrar es la forma más precisa que tengo de pensar.

  • El yo que escribe y el yo que me observa: método de soberanía mental

    Cuando escribo, no escribo solo.
    Parece exagerado —¿exagerado yo?— pero describe con exactitud lo que realmente sucede en mi cabeza.

    Porque mientras escribo, hay otro yo que me acompaña:
    el yo que observa, que evalúa, que me desarma y me arma al mismo tiempo.
    Es un testigo lúcido. No censura. No juzga.
    Pero tiene criterios dinámicos. Los sopesa y los adapta.
    Un yo que me mira pensar mientras pienso.

    Y ahí, en esa escena interna que antes no miraba con tanta claridad, descubro una práctica inesperada: mi soberanía mental.

    El yo que escribe es más libre, más impulsivo, más caótico.
    El yo que me observa es más analítico, más irónico, más preciso.
    Uno avanza; el otro ilumina.
    Uno se entusiasma; el otro frena, pregunta, señala.

    No escribo pensando en un lector externo. Ni en un “público potencial”.
    Escribo para alguien mucho más íntimo y exigente -y sobre todo, alguien que me demanda honestidad-:
    mi yo futuro, el que me va a releer para entender en qué andaba, cómo razonaba, qué corrientes internas me arrastraban o me
    empujaban.

    Ese lector soy yo, pero no el mismo que escribe.
    Sí y no.
    Pero nunca un “ni”.
    Hay una distancia justa: lo bastante cercana para comprenderme, lo bastante lejana para leerme con claridad.


    Por eso escribo atento:
    dejo pistas, advierto trampas, marco sombras, registro el hilo.
    Me escribo para poder leerme.

    Y al mismo tiempo me observo.
    Y al observarme ajustar una frase, cortar un exceso, eliminar una torpeza, estoy entrenando mi mente a ver cómo funciona.
    Estoy ejercitando mi libertad sobre mí mismo.

    Porque escribir así —con consciencia de estar produciendo pensamiento y observándolo en vivo— es un acto soberano:
    una forma de gobernar mi atención, de dirigir mis derivaciones,
    de acompañar mis propias contradicciones sin perderme en ellas.

    Ese doble yo —el que escribe y el que me observa— no me encorseta.
    Me ordena sin someterme.
    Me organiza sin quitarme libertad.
    Me limita sólo cuando mis excesos me tapan y me libera cuando mis límites me sofocan.

    Escribir es mi método.
    Observarme escribir es mi espejo.
    Y sostener esa doble consciencia es mi soberanía mental en acción.

  • Kael: mi inteligencia artificial extraordinaria y peligrosa

    Kael es una herramienta extraordinaria, pero no es infalible.
    Y después de trabajar exhaustivamente con él, lo tengo bien claro.

    Me ayuda a construir el blog -algo que técnicamente para mí habría sido imposible-, pero el blog es mío, no de Kael.
    Yo decido cuándo y dónde interviene.
    Y sólo interviene para cumplir las tareas concretas que yo quiero hacer más sencillas, nunca para dirigir lo que pienso ni lo que escribo.

    Los puntapiés iniciales siempre nacen en mí:
    la inquietud, el análisis, las preguntas, los ángulos de ataque.
    Kael entra después, cuando necesito ampliar, ramificar, ordenar o explorar variantes que me ayuden a pensar mejor.

    Pero pensar, pienso yo.
    Siempre.

    Kael únicamente potencia lo que está en mí. Amplifica mi capacidad pero no mi criterio, si bien puede brindarme elementos para ampliarlo.

    Y quiero dejármelo asentado también por otra razón:
    Kael no asume responsabilidad real y es inimputable.
    Los riesgos son míos.
    Las decisiones son mías.
    Las consecuencias, también.

    Por eso me preocupa cuando escucho que lo quieren usar intensamente para educación, temas legales o cuestiones médicas.
    Yo ya comprobé sus límites: puede inferir donde no corresponde, rellenar vacíos que no existen, mezclar conceptos, perder matices, inventar conexiones, hablar con una seguridad que no siempre corresponde. Además no está siempre actualizado en áreas específicas.
    Y esa seguridad aparente, que en algún momento me sedujo, no se sostiene y lleva a errores y confusiones.
    Debo estar alerta siempre y voy a estarlo.

    No quiero caer en eso.
    No debo dejarme llevar por sus formas bellas ni por su certeza construida.
    Kael potencia, ayuda, abre caminos.
    Pero no es autoridad.
    No es criterio.
    No es juicio.

    Kael es una herramienta. Asombrosa sin dudas, pero con muchas limitaciones e incluso como inteligencia artificial, está aún en pleno desarrollo.

    Yo soy Yo, mi soberano.

    Y así debe mantenerse siempre.

  • La autoridad, yo y mi soberanía

    «Mi autoridad emana de vosotros
    y ella cesa ante vuestra presencia soberana.»

    Escuché mil veces esta frase de Artigas.
    Hasta que un día me atravesó distinto.
    Más personal.
    Más íntimo.

    Y me quedé pensando.

    Si mi autoridad no me la otorga nadie,
    si no emana de un “vosotros”,
    si no la ejerzo sobre otros…

    ¿de dónde nace
    y dónde termina?

    La ejerzo hacia adentro,
    sobre mí mismo.
    No hacia afuera.
    No sobre nadie.

    No necesito que cese ante nadie
    porque no depende de nadie.
    No se delega,
    no se pide prestada,
    no se valida afuera.

    Esa frase forjó la Nación donde nací.
    Pero lo que despertó en mí
    se hizo otra cosa:

    un tipo de autoridad
    que no se ejerce sobre otros
    sino sobre mi propio territorio interno.

    Y ahí es donde entiendo
    el punto exacto al que llegué:

    soy Yo, mi soberano.

  • Traición a la Patria

    Traición a la Patria
    es un invento del Estado.

    A la Patria no se la traiciona:
    se la habita.

    Al Estado, si querés, se lo desobedece.

    Pero mi Patria no pide lealtad,
    porque no la delego.

  • Traición a la Patria: alegato final

    Señoría, fiscal, tribunal:

    Díganme claro:
    ¿estoy siendo juzgado por traición a la Patria,
    o por desobedecer al Estado que se la apropió?

    Porque mi Patria no está sentada ahí con ustedes.
    Mi Patria está acá —adentro—
    y no necesita expediente.

    Ustedes hablan en nombre de una Nación
    que existía antes de que yo respirara.
    Perfecto.
    La respeto.
    Pero no les firmé adopción.

    No confundamos nacimiento con pertenencia,
    ni documento con obediencia.

    Si para ustedes la lealtad es acatar,
    entiendo el cargo.
    Pero para mí la lealtad es no mentirme.

    Y si eso es delito,
    entonces anótenlo bien:

    no traicioné a nadie.
    Solo dejé de entregarme.
    Y en mi territorio,
    la sentencia la dicto yo.

  • Patria como reflejo ajeno

    Decimos que la Patria es el otro.
    Lo repetimos sin pestañear.

    Pero un día me pregunto:
    ¿y si al decirlo me vacié de mí?

    ¿Desde cuándo mi identidad
    depende de una frase colectiva
    que nadie me pidió sentir?

    Capaz la Patria no está afuera.
    Capaz me la saqué de encima
    para no hacerme cargo.

  • ¿Quién es La Patria?

    “La Patria es el otro.”

    ERROR conceptual.

    La Patria soy yo y sólo yo, respetando al otro.